No existe ningún limeño que no se haya lanzado a la aventura descontrolada de la combimanía y, no haya fruncido el ceño numerables veces -a pesar de un por favor-, mientras se escucha el clásico y molesto sonidito de las monedas al chocar entre sí, revelando que tenemos que pagar el pasaje en el acto.
La señora que reclama con rabia el avance del vehículo y otras voces más que se suman a la protesta, el chofer ferozmente desquiciado tocando el claxon como si fuera la única cosa que puede hacer bien, un reggaeton a todo volume, teléfonos celulares con las tonos de moda, el motor rechinando o el infaltable nextel con su desesperante sonido, y claro, sin olvidar los silbatos de la policía para descongestionar el tráfico.
Los golpes en las lunas, los gritos entorpecidos del chofer dirigiendo al cobrador, los movimientos desesperados de nuestros pies, los gestos de cansancio, y la frustración de un día reflejado en nuestro rostro. Además, del agobiante y lamentable agregado del smoke, que nos valió de cierto modo, el nombre de Lima la gris.
Finalmente contra todo lo que la contaminación ambiental ofrece, el abatido sentir que nos provoca y nos revienta los oídos; el ruido.
Desde el mínimo detalle como este, hasta los peores e interminables conciertos de bocinas, -a pesar de que en el articulo 48 del actual Reglamento Nacional de Tránsito dispone que los conductores utilicen la bocina de su vehículo solo para evitar situaciones peligrosas y no para llamar la atención de forma innecesaria- y, gritos a todo pulmón para conseguir más pasajeros, estas situaciones diarias, conforman tranquilamente un mal que nos viene afectando y que la gran mayoría de peruanos ignora.
La contaminación sonora es sin duda, uno de los males invisibles que afecta nuestra poca tranquilidad que es como una especie en peligro de extinción en esta sociedad. Es así que físicamente, podemos definir el ruido como un conjunto anárquico – en frecuencias y niveles- de señales acústicas.
Desde el lado psicofisiológico que es el que más nos interesa, porque es algo subjetivo dependiendo que sonido nos parezca molesto, el ruido es todo sonido no deseado por el receptor, es decir una sensación auditiva perturbadora.
Una de las propiedades del sonido, es la intensidad que se mide mediante decibeles, que no es más que la potencia acústica de un sonido, como por ejemplo el del tránsito pesado de las avenidas Abancay, Tacna y Alfonso Ugarte en horas punta, donde los niveles de audición llegan a superar los 100 decibeles, cuando lo permisible son 70 decibeles.
Así como nuestro parque automotor, el sonido que genera un tractor en una construcción, el hecho de mantener parques y jardines a través del uso de una podadora, el ruido de las maquinas en zonas industriales como en Ate vitarte, hasta los conciertos de rock que alborotan gente; son considerados sonidos de nivel muy fuerte.La Organización Mundial de la Salud (OMS) ha establecido que 70 decibeles es el estándar de calidad ambiental permitido, sin embargo el estándar nacional llega a los 80 decibeles.
El estándar mundial plantea que los hospitales y colegios no superen los 30 decibeles, pero en nuestro país llega a los 50 decibeles, mientras que las zonas residenciales no deben bajar de los 60, nuestras zonas residenciales superan los 60 decibeles.
Por último, se le permite a la zonas industriales no sobrepasar los 70 decibles, pero como en los casos anteriores esto no se cumple y, es cuando llegamos a un nivel preocupante de 80 decibeles, lo que significa un ruido bastante pertubardor, que tiene como fase siguiente los 100 decibeles que significan, un nivel de ruido muy fuerte.
La relación que existe entre la conducta del ser humano y su contexto son interdependientes, estos dos elementos constituyen un escenario de conducta como lo explica la psicología ecológica.
Esto supone que, ese escenario de la conducta es un sistema limitado, autorregulado y ordenado, compuesto de elementos humanos y no humanos, reemplazables, que interactúan de modo sincronizado para ejecutar una secuencia ordenada de acontecimientos llamada programa del escenario, como se explica en la Compilación de Florencio Jiménez Burillo y Juan Ignacio Aragonés, Introducción a la Psicología Ambiental.
Es decir, la relación de dependencia entre el hombre y su contexto buscan una armonía, ya que somos nosotros los protagonistas y más aún, los responsables de mantener un ambiente ordenado. Pero aquí los ideales, las recomendaciones y la teoría, no son objeto de practica, entonces volvemos a la realidad de todos las mañanas, las tardes y noches.
Entonces hacemos de este espacio -falto de áreas verdes y árboles que bien podrían actuar como barreras, para que atenúen la bulla, especialmente en hospitales y colegios -un lugar donde la sensibilización esta a punto de perderse, cuando hay unos 20 pasajeros sentados en una couster y, ninguno se inmuta a los sonidos escabrosos de un claxon o a la imitación que hace el astuto cobrador, de un silbato de policía.
“Me molesta mucho tener que viajar en combi o en micro, es un dolor de cabeza, a veces pienso que ya me acostumbre a todo esta bulla”, dice con una voz cansada Milagros Vásquez, una consultora de seguros.
Y es que el ambiente no es el principal afectado en el circo de todos los días, el mal humor, el estrés y el cansancio, son consecuencias que afectan directamente a los seres humanos. Así lo demuestra un informe que fue elaborado por los especialistas de la Dirección General de Salud Ambiental (Digesa) del Ministerio de Salud, donde se explica que el ruido excesivo podría alterar el carácter y el humor en las personas expuestas.
No solo el transporte público es generador de esta pésima calidad ambiental que sufrimos. Lugares de diversión, como discotecas y comercios no respetan las normas establecidas del reglamento nacional de Calidad Ambiental para ruidos que se aprobó en el 2003, en el que se delegó a los ministerios, establecer los límites máximos permisibles, en tanto que las municipalidades provinciales normarían la emisión de los ruidos molestos para las personas así como los planes de prevención.
“Los vecinos que vivimos cerca de la calle las pizzas tenemos un problema de contaminación ambiental cada rato, especialmente en la noches y fines de semana, ya hemos hecho denuncias y por lo menos la municipalidad ha puesto ordenanzas a estos locales que perturban nuestro distrito, pero aún sigue pasando lo mismo” afirma, una vecina del distrito de Miraflores, que vive cerca de la calles las pizzas y es imaginable el ruido que pueden percibir estos vecinos un sábado en la noche, mientras intentan capturar el sueño.
Otros de nuestros hábitos y necesidades afectadas, es el sueño. Por ejemplo para conciliar un buen sueño, como explica la Organización Mundial de Salud (OMS), los exteriores de las casas no debería haber más de 55 decibeles, ya que un ruido que sobrepase este nivel trastorna el sueño, afectando el adecuado funcionamiento fisiológico y mental.
Los altibajos en la presión arterial y la frecuencia cardiaca o una arritmia cardiaca son efectos primarios del inicio de una depresión y fatiga.
A pesar de que el 28 de Setiembre de 1960 se aprobó un reglamento sobre la supresión de ruidos molestos en las ciudades, destinado a regular el funcionamiento de la actividad industrial, reglamentando las emisiones sonoras internas y externas, así como
En el artículo 2°, modificado por la Resolución Suprema N°18, del 06 de mayo de 1964, especifica que las autoridades políticas, de policía o municipalidades son competentes, frente a una denuncia por ruidos molestos.
Son solo normas las que intentan solucionar la contaminación acústica, sin embargo, este problema sigue afectando como un silencio estridentemente eufórico y, es que una de las razones por las cuales nos vemos empujados a tolerar o mejor dicho a soportar esta problemática, es la lamentable deficiencia de la organización y planificación urbana desde nuestros inicios.
Pero vale recalcar el esfuerzo de las últimas gestiones que intentan mejorar la viabilidad del tránsito, construyendo vías de acceso alternas, o realizando ensanchamientos de calles y reparación de pistas.
Aún estamos estancados en este tema, que nos ha entumecido hasta tal punto que somos capaces de tolerar -mientras estamos en la calle Capón, en pleno centro de Lima, comiendo un popular chifa.- el ruido provocado por un taladro, que un trabajador de la municipalidad de Lima manipula.
“Que va a hacer uno pues, ni modo que le digamos al señor que apague el taladro, para que una pueda comer tranquila”, dice soltando un par de carcajadas una señora acompañada de sus dos hijas, tratando de disfrutar su chifa.
Sin saber, que la exposición de ruidos como ese, afecta el sistema nervioso central, actuando como un agente que provoca tensión y puede generar un aumento de las enfermedades digestivas, cardiovasculares y, respiratorias.
En este caso el aparato digestivo también es afectado por el ruido, ya que se genera una disminución de la actividad gástrica produciendo nauseas, vómitos, digestiones pesadas y también molestias hepáticas. Los trabajadores expuestos a niveles elevados de ruido, también suelen padecer trastornos cardiovasculares.
La salud tiene un tema interminable con la contaminación sonora que nosotros producimos y que nosotros mismos nos afecta. Entidades como Digesa e Indecopi vienen trabajando en la norma técnica peruana de ruido ambiental que complementará las normas ya existentes, sin embargo esto nos compete a los habitantes de este escenario.
Campañas educativas, charlas para la prevención, colocación de señalizaciones como las que uno puede ver en San Isidro y Surco, son indicios que tratan de contrarrestar este problema.
La cultura con la que es entendido este tema es aún inconsciente, son diversos problemas los que nuestro ambiente contiene, como la contaminación de la basura en las calles, el smoke, la contaminación visual que al igual que la contaminación sonora es un problema que estuvo desde siempre, pero que ahora se sabe más de ello, porque las consecuencias han salido a flote y el problema va acrecentándose.
Se dice que el buen juicio o sensatez empieza a manifestarse cuando sentimos que nuestra preocupación es mayor por los demás o por lo que nos rodea, que por nosotros mismos.
La tranquilidad de vivir en un ambiente sin ruido es una utopía, claro esta, ya que el ruido es inevitable, pero queda la responsabilidad de saber que podemos controlarlo. ¿Es posible que consideremos las normas que buscan el bienestar de nuestro escenario?, que al mismo tiempo buscan el bienestar de los autores y protagonistas; nosotros mismos.