(...) Subí a mi cuarto, absurdamente cerré la puerta con llave y me tiré de espaldas en la estrecha cama de hierro (...) Encontré lo que sabía que iba a encontrar (...) La guía telefónica me dio el nombre de la única persona capaz de transmitir la noticia: vivía en un suburbio de Frenton, a menos de media hora de tren (...) El ejecutor de una empresa atroz debe imaginar que ya la ha cumplido, debe imponerse un porvenir que sea irrevocable como el pasado (...) El tren corría con dulzura, entre fresnos se detuvo, casi en medio del campo. Nadie grito el nombre de la estación (...)
Jorge Luis Borges, Ficciones: El jardín de senderos que se bifurcan
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