lunes, abril 16, 2007

En los zapatos de Camargo



Otra vez estoy aquí contemplándote tras el visor de mi telescopio, todo mi tiempo es para ti. Estas allí mirándote al espejo, haciéndote masajes. Ahora te preocupas más por tu cuerpo, has cambiado de hábitos. Usas cremas, te estiras, te la pasas escribiendo en la computadora.
Estos días me he sentido cansado, el somnífero que me recetó el médico no lo tomaré, tendrá un mejor fin, te hará pagar.


Quien es el otro, seguro es más joven. Estoy aplacando mi rabia, estoy en tu cuarto, el que yo conozco como la palma de mi mano, como tu cuerpo.
Los papeles y tus notas me desconciertan, por que tanto interés en temas religiosos, has escrito “la peor soberbia, es creerse dios”. Tus postales dirigidos a ti misma. Por que tienes recortes del caso Pimienta, tienes muchos.


El jugo que tomas todos los días por la mañana esta esperando el polvo que echaré con mis manos. Te he descubierto. Soy engañado. Mi hija me llama desde Chicago enferma de leucemia y sin embargo no sé porque sigo aquí al frente tuyo, mirándote. He pensado filmarte, ya no tendría solo imágenes, tendría también tu voz, tu respiración, tu silencio, y todo eso, solo para mí.

Reina ha venido a mí, esta vestida como monja y, aun así la encuentro bella. El reportaje del monasterio es suyo. Es una buena periodista, ha adoptado aptitudes mías, pero el director del diario soy yo. El diario o yo, es lo mismo.


El tema del monasterio ha sido un éxito, valió la pena que Reina se hiciera pasar por la prima de la dama benefactora. Ha descubierto al presidente ante el cura. Su fe esta siendo burlada le informo. La mística ha terminado. Ahora todos saben cuanta calaña hay en el país.


La noche era más fría, el camino no quería que llegue a ella. En la mesa, solo los dos. Me confesé. Todo me pareció confuso cuando empecé, parecía adolescente, mis manos temblaban. “Te quiero a mi lado Reina”, ella pareció mas confundida aún. Hablamos muy poco. Ella decidió irse a su cuarto. No me di por vencido. Su cuarto esta a mi lado, su cuarto y mi cuarto.

Me apresure, hice ruido. Toque su puerta, -tu trabajo del monasterio no va a salir- le dije. Ya sabía como reaccionaría. Abrió la puerta, dio en el blanco. La abrasé, la bese y la noche siguió a su lado. Al amanecer ya no estaba ella. La deteste más. Ahora si me la iba a pagar. De todas formas ya faltaba poco.


Se tomo su jugo y pasó todo lo que mi coraje me hizo planear. El sin techo hizo lo suyo. A cambio pasaportes y viajes para él y la otra tipa a la que nunca le gusté. Había otro. Yo lo supe y Maestri también.

No hay comentarios.: